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Oliver Marcos (32 años) fue diagnosticado de VIH hace siete años. Desde entonces se ha implicado en la visibilidad de la realidad de las personas jóvenes con VIH, realizando diferentes proyectos de divulgación y sensibilización. Ahora, trabaja como Educador PAR en el Comité Ciudadano Antisida de Salamanca y ejerce como Secretario General en Cesida.

Hablemos del momento de tu diagnóstico. ¿Qué sentiste y a quién se lo contaste primero?

Me diagnosticaron en 2018 en el hospital, en un diagnóstico tardío, en fase sida. Antes de eso, tenía una serie de infecciones de garganta que no mejoraban con antibióticos. En urgencias se dieron cuenta de que no tenía defensas y ahí comenzó todo. Fue un momento traumático porque ingresé tres semanas en el hospital y los médicos fueron honestos conmigo, diciéndome si ahora mismo te pillas algo, a lo mejor no sales, porque tienes las defensas muy bajas y tu cuerpo ahora mismo no responde. En aquel momento lo primero que pensé es que iba a morir. Y luego también el miedo de pensar a partir de ahora qué viene, esa gran incertidumbre de: «¿y ahora qué pasa?».

Al estar hospitalizado, la primera persona que se enteró, que fue como a los 30 segundos de enterarme yo, fue mi madre. Tal cual salió el médico, entró ella. Y bueno, con el impacto emocional que supone para una madre, pero en todo momento apoyo, comprensión y cero prejuicios. Lo pasó muy mal porque también tenía que asimilarlo.

¿Qué conocimientos sobre el VIH tenías antes de tu diagnóstico y qué prejuicios arrastrabas?

Información poca, pero creo que prejuicios pocos también. Yo salí del armario y acepté abiertamente mi sexualidad como hombre gay a los 24 años, y el diagnóstico fue con 25. Tampoco hubo mucho tiempo entre una cosa y otra. Como persona que tenía dificultades para aceptarse como hombre gay, pues el cuidar la salud sexual era una barrera muy importante, y más aún cuando existe un ideario social en torno al VIH y al colectivo de hombres que tienen sexo con hombres. Para mí, cuidarte implicaba aceptar quién eras. Por eso, yo nunca me había hecho una prueba de VIH antes de mi diagnóstico, nunca había tenido una especial preocupación por mi salud sexual. Tampoco estaba asumiendo los mayores riesgos del mundo, pero bueno. Pero yo creo que prejuicios tampoco tenía. Es como algo que en mi cabeza estaba bloqueado, no existía. Ni me parecía bien ni mal, no me generaba rechazo ni simpatía.

Viviste una doble salida del armario en un plazo de tiempo muy escaso.

Sí, claro. Pasaron ocho meses desde que yo tuve mi primera experiencia con un hombre hasta que me diagnosticaron VIH. Es la primera vez que te permites a ti mismo experimentar cosas que siempre han estado ahí pero que antes no te has atrevido. Poco a poco, me voy visibilizando como hombre gay y, de repente, te llega esta noticia y dices: ‘No me jodas, ¿y ahora qué hago?’. Ahora por fin he conseguido salir de un armario en el que llevaba veinticuatro años metido, con la liberación que te provoca salir, de repente me viene otro encima, bastante chungo también. Fue un proceso a nivel emocional bastante complicado.

Con tu madre fue muy inmediato por el contexto hospitalario, pero, ¿cómo viviste el proceso de hacerte visible con el resto de tu entorno?

Fui poco a poco. En unos tres meses lo hablé con mi círculo más cercano, mis tres o cuatro amigos más cercanos en aquel momento. Quedé con ellos y se lo conté porque, claro, yo además tenía ciertas limitaciones sociales: tenía las defensas muy bajitas y al salir a la calle tenía que llevar mascarilla, evitar lugares cerrados. Nunca he recibido una mala contestación ni nada que me preocupe por parte de mi entorno. Desde el desconocimiento, las dudas y preguntas que hayan podido surgir, que han sido muchas, en ningún momento ha habido ningún prejuicio, ni rechazo, ni nada similar.

Ya acudí al Comité Ciudad Antisida de Salamanca a pedir ayuda porque en aquel momento no podía permitirme costear un apoyo psicológico privado. En el momento en que estuve un poquito mejor, les dije que quería hacer voluntariado para devolver un poco todo lo que me habían ayudado. Empecé a hacer voluntariado con ellos y, como a los dos meses, llegó una petición de una charla. Y lo que hice fue hablarlo con mi madre también, porque el tema no es exclusivamente mío. Mi madre, una señora de un pueblo, también se iba a convertir en la madre del muchacho con VIH, y yo quería que ella estuviera de acuerdo con esa decisión. Ella me dijo que para adelante, que todo lo que yo quisiera, que si eso ayudaba al resto, que ya está. En ese momento dije que me iba a tocar visibilizarme antes, por lo menos con algunas personas. Pero me generó mucha ansiedad imaginarme tener la misma conversación 500 veces. Pensé, lo voy a subir a redes sociales y quien quiera que lo lea y punto. La verdad es que tuvo una acogida súper buena. Eso ya me permitió que, a las tres semanas, cuando dije ‘voy a participar en una charla hablando de mi experiencia con VIH’, pues la gente ya no decía ‘pero de qué está hablando este muchacho’.

Meses después tuve un accidente de tráfico trabajando, un siniestro total. Por suerte, los tres del coche estábamos bien. Cuando fueron al hospital, a las otras dos personas las pusieron en Profilaxis Post-Exposición. ¿Mala praxis? Por supuestísimo, pero pasó. Se acaba de enterar mi empresa, una empresa de campamentos en la que hay ciento y pico monitores trabajando. Yo no tengo ni idea de quién lo sabe, ni a quién se lo están contando. Porque ya sabes cómo es el boca a boca. Entonces dije, tiramos para adelante. Y ese fue un poco mi proceso de visibilidad: lo puse en redes sociales, luego di la charla, y a los pocos meses así me llamaron para grabar un documental porque querían una persona joven, y ese perfil no abundaba. Hace seis años solo éramos tres personas menores de 30 años las dispuestas a salir en algún sitio diciéndolo.

“Hace seis años solo éramos tres personas menores de 30 años las dispuestas a salir en algún sitio diciéndolo.”

Además de en el proceso de hacerte visible con parejas sexuales, en un ámbito más amplio, ¿cómo impactó el diagnóstico en tu vida sexual?

El diagnóstico me dejó trastornado. Y podría decirte que hasta en el presente, no tengo muy claro que me haya recuperado al cien por cien. ¿De dónde viene todo esto? Pues de que yo, con 24 años, empiezo a aceptarme como hombre gay y, lógicamente, empiezo a quedar con otras personas. Pero esto, como todo, cuando empiezas a vivir tu vida sexual, vas poco a poco, cada vez te vas sintiendo más a gusto para hacer cosas. Pues imagínate, de repente recibes un diagnóstico de VIH y, además, en fase sida. Un desastre. En ese momento yo no me siento para nada a gusto teniendo ningún contacto con nadie hasta que mi carga viral sea indetectable.

Una vez que ya conseguí la carga indetectable –tardé como unos seis meses–, con el primer chico con el que quedé, nos acabamos liando en la calle, nada que no fuese darse unos besos. Y ese muchacho se rayó muchísimo, me veía mala cara, no paraba de insistir. Le dije que tengo el VIH y que quería esperar hasta tener la carga viral indetectable para quedar con alguien. Al muchacho le dio un ataque de ansiedad y acabó en urgencias. Y piensas, no me jodas, de repente he cogido la confianza suficiente para poder quedar con alguien y este muchacho acaba en urgencias. Dices, soy un puto peligro para la humanidad, te sientes fatal.

Más adelante, cuando yo me fui a vivir solo, mi pastillero siempre estaba encima de la mesa, yo nunca escondía mis pastillas. A veces alguien venía a casa, la situación avanza y cuando ya estás completamente desnudo en la cama empezando a hacer cosas… Oye, te hago una pregunta. Y yo ya me la sabía, siempre la misma. Me sentaba en la cama y les daba todas las explicaciones habidas y por haber. Es verdad que la gran mayoría de ellos son gente que no tiene ni idea de lo que le estás contando, pero que tampoco salían corriendo. Había un momento en que mi vida sexual era un acto pedagógico. O sea, yo cada vez que quedaba para echar un polvo me tenía que poner a dar explicaciones.

Vivir una sexualidad atravesada por un diagnóstico de VIH es muy jodido, sobre todo cuando prácticamente han empezado las dos cosas a la vez, yo no he vivido mucho mi sexualidad sin VIH. Lo vives atravesado por el miedo, por la normalización del rechazo. Piensas «bueno, entiendo que no quieran estar conmigo por esto». Y, al final, creo que, un poco, te acabas sintiendo como un juguete roto. Pero visibilizarme como persona con VIH me ha permitido disfrutar de mi sexualidad de manera respetuosa y placentera.

“Había un momento en que mi vida sexual era un acto pedagógico.”

¿Cómo te ha influido pertenecer a una nueva generación?

Me metí en Internet a buscar vídeos y, cuando no veía a casi nadie joven, decía: «¿Qué pasa, que soy yo la única estúpida ahora que se infecta?». Sientes que esto es una cosa que le pasó a la gente en los 80, en los 90, que son los que siguen hablando del tema, pero que hoy ya no pasa. A raíz de que vas conociendo más gente y también vas entendiendo los motivos por los que esa gente no se visibiliza, surge la necesidad a nivel simbólico de generar una realidad –al menos a nivel social, porque la realidad ya existía– de que las personas jóvenes también tienen el VIH. Por un lado, creo que lo que he conseguido, que otras personas también lo hagan, es tremendamente necesario, y estoy convencido de que salva vidas. De que muchas personas que jamás se atreverían a acudir a una asociación, o que jamás se sentirían cómodas hablando en persona con alguien, de repente un día ven un vídeo, un podcast, lo que sea, y eso a lo mejor evita que se tiren por la ventana después de un diagnóstico.

Creo que a la comunidad le hacemos muchísimo bien. Creo que permitimos poner en el discurso social una realidad que antes no existía, que es que las personas jóvenes con VIH existimos, tenemos derecho a hablar de ello y tenemos una serie de reivindicaciones que son diferentes a las de otras personas y que, por lo tanto, también se tienen que tener en cuenta.

“A la comunidad le hacemos muchísimo bien. Creo que permitimos poner en el discurso social una realidad que antes no existía.”

En tu opinión, ¿cuáles son las estrategias que debemos adoptar para seguir superando barreras, para continuar desmontando el estigma?

A mí me funcionan dos estrategias, y una es verdad que no es muy recomendable, pero funciona, y la otra creo que es súper sana. La primera, es lo que yo llamo la estrategia kamikaze, poner el cuerpo. Salir en una campaña, salir en un podcast, visibilizarte como persona con VIH, ocupar espacios… lo que es poner la cara y poner el cuerpo. Que cuando hablemos de VIH, le pongamos cara, y la gente vea que estamos sanas, que somos guapas, que hacemos deporte, que tenemos trabajo, que tenemos pareja, pues que rompa un poco esa idea establecida que tiene.

La segunda es generar comunidad, a mí eso me salva. El poder tener redes de apoyo en tus entidades –o en mi caso, Generación Positiva, o muchas otras– en las que poder hablar, poder compartir, y que esto sea un punto de unión, un espacio para cuidarnos entre nosotras.

Y hablando de generar comunidad, ¿qué ha supuesto para ti el Pride Positivo? ¿Por qué es importante participar?

El Pride Positivo marca un antes y un después. A nivel temporal se puede contextualizar con lo que ha sido la amplificación de personas hablando del VIH los últimos años, que ha ocurrido en gran parte favorecido por este contexto. El Pride Positivo nos pone cara, nos da un espacio, nos deja ocupar las calles. Y nos hace recordar que esos espacios, esas calles, nos han pertenecido siempre, que nunca teníamos que haber renunciado a ellas por mucho estigma o miedo que tuviéramos. Tengo todo el derecho del mundo a decir lo que me dé la gana en mitad de la calle, porque existo igual que existes tú, y que yo reclame una serie de derechos para mí en ningún momento hace que tú tengas menos. El Pride Positivo le ha cambiado la vida a mucha gente.