Prefiere que la conozcamos por Blanca, que en argot delictivo significa sin antecedentes penales. Es un nombre con el que se identifica porque le recuerda a la luz entre las sombras. Eso le gusta pensar. Hoy tiene 45 años y en un esfuerzo por reavivar sus recuerdos y emociones más intensas nos relata con detalle cómo vivió su juventud durante los años 80 en Valencia. Una ilustrativa muestra de lo que significó para una mujer convivir junto a la droga y junto al VIH en un momento de democratización de las efervescencias.
En los años 80 Blanca conoció a Queco al más puro estilo De la Loma, en un concierto heavy en el Watio. Era un chico de aspecto sesentero, que había cumplido ya los 18 y tenía por entonces dos años más que ella. Su estilo la había cautivado y esa noche se besaron apasionadamente como si el tiempo les pisara los talones: “Queco me encantó, pero desapareció como un rayo porque a los diez días entró en prisión. No era la primera vez, había estado antes por atracos continuados junto al Francés, el Pitufo o la Wendy. Era drogadicto y vivía por sus adicciones, como le había sucedido a otros hippies”. Esta situación rompió todos los esquemas preconcebidos de Blanca. Venía de colegio de monjas y comenzaba a salir y conocer la realidad que la envolvía.
Vivieron una larga relación en la distancia, avivada por una constante correspondencia donde reconstruían su desenfrenado encuentro en aquel festival heavy. Él estaba en Cáceres II y solo en Blanca recaía la opción de visitarle: “un día me armé de valor para ir a verlo en un vis a vis pero mi madre, que era taxista, me pilló al inicio de la peripecia: en horario de instituto y cargada con bolsa de viaje; lo de dormir en casa de la amiga no coló”. Sin embargo, los padres de Blanca supieron confiar en las palabras de su hija, aún menor de edad, y ofrecieron su consentimiento para la visita ante las autoridades penitenciarias extremeñas: “ellos comprendieron que impedírmelo no evitaría que lo hiciera. Además, el respeto que mi madre mostró hacia mi persona hizo que no diera pasos equivocados. Se lo debía a ella y me lo debía a mí”.
Cuando trasladaron a Queco a la Modelo de Valencia, Blanca hizo migas con muchas madres y parejas de presos con las que aprendió y compartió innumerables experiencias: “recuerdo cuando inauguraron Picassent, todas las novias, que eran mujeres muy luchadoras, cogimos un autobús bien temprano y pasamos el día tomando el sol a las puertas, mientras nuestros respectivos saludaban contentos por nuestra visita tras los barrotes”. Blanca visitaba siempre que podía a Queco y, en alguna ocasión, cuando él insistía mucho, le llevaba pastillas guardadas en su vagina: “él me decía que con ellas conseguiría dinero para el abogado y a mí no me parecía muy arriesgadoempetarme, al no tratarse de coca ni de caballo”. El primer conocimiento que tuvo Blanca de su sexo nada tuvo que ver con un interés sexual. Donde sí lo conoció fue en los vis a vis. Allí era toda una hazaña conseguir un poco de calidez mientras la luz del mediodía entraba por las rejas, donde las sábanas estaban desgastadas y sugerían mil cuerpos extraños. Allí las paredes desnudas hacían pensar si habría un micro oculto o si esta vez sonaría el timbre en cuanto una empezara a relajarse.
“Hace 25 años no había una conciencia del preservativo y nos limitábamos a la marcha atrás“
Dos años más tarde, al salir en libertad en el año 1989, Queco confesó a Blanca que tenía VIH, que se lo acababan de diagnosticar. Seguramente se contagió por las jeringuillas, se podía pensar. Ella lo aceptó y continuó experimentando con él su propia sexualidad: “mis relaciones eran muy poco protegidas. Hace 25 años no había una conciencia del preservativo y nos limitábamos a la marcha atrás, todas lo hacían aunque supieran que debían usar condón. Los miedos siempre venían después”. Y es que cuando la droga está presente, el VIH ocupa un segundo plano:“las situaciones eran realmente intensas, mi novio se podía morir en cualquier momento de una sobredosis, así que yo pensaba muy poco en que pudiera caer enfermo y morirse quince años después a causa del VIH. Lo que yo vivía en el día a día era el efecto de la droga, era la sensación de iniciar una relación amorosa a dos pasos de la muerte”.
Blanca se hizo su primera prueba de VIH con 18 años. Siempre daría negativo. Le habían contado que ser ‘contagiada’ por VIH es más difícil que quedarse embarazada, que para transmitirse el virus deben darse unas circunstancias muy concretas, por tanto, nunca temió mantener relaciones sexuales con una persona con VIH. Blanca estaba enamorada de Queco y eso era lo importante.
Durante sus años en libertad Queco mantenía una vida paralela a la que le unía a Blanca: “cada dos por tres me llamaba diciéndome que acababa de atracar un banco o que le habían dado una paliza, que le habían encerrado o que estaba en el hospital”. Blanca siempre pensaba en la necesidad de ayudar a los demás como vestigio del entorno cristiano en el que se había educado. Pero ¿cómo repercutía esta situación en el núcleo familiar de Blanca, con quien convivía?: “jamás contaba nada para protegerlos, actuaba con la normalidad que requería mi entorno. Con la familia todo era buen rollo”.
La aventura entre Blanca y Queco duraría 5 años: “yo era joven y estaba llena de energía. Estaba más que dispuesta a acompañarle en su proceso. Luego, si las cosas no salían, seguía siendo joven para rehacer mi vida”.
Pasado un tiempo, Blanca estudiaba, trabajaba y participaba en diversas labores sociales mientras cedía su apartamento alquilado como piso franco para que su novio guardara lo robado y pasara el día colocado: “los amigos de Queco también venían a casa y saltaban los patios de luces para guardar escopetas en los pisos colindantes”. A Blanca, llevar una vida dentro de lo normativo no le impedía estar en contacto directo con el mundo de la droga y la delincuencia. “Yo del VIH sabía poco, había leído algo en unos folletos informativos que el gobierno envió a todas las casas, pero en la vida real este problema acabó por normalizarse”. Blanca, sin pretenderlo, se ubicó en un entorno donde el sida y el VIH formaban parte del día a día: “he conocido personas que vivían continuamente con dolor, que tenían fiebre constantemente, que vomitaban a diario o que morían chillando. Vivir en esas circunstancias es muy angustioso”. Pero la vida seguía para Blanca.
“Nunca fui capaz de chutarme, aunque no me faltaran las ganas”
Siempre se ha considerado una monógama serial, con lo que muy poco después se fijó en Walter, un chico de su grupo de colegas que estaba en Proyecto Hombre y también tenía VIH, cosa que no le sorprendía porque por aquella época casi todos sus amigos eran drogodependientes: “Walter vio en mí un apoyo y creó con ello una excusa para abandonar el programa contra la adicción”. Ambos pensaron que con con Blanca olvidaría a White Lady: “Creí que si permanecía a su lado él volvería al programa, en esos momentos yo tenía 21 años, era una persona muy dependiente y continué con él porque me sentía culpable”. Tuvo que pasar un tiempo para que Blanca se diera cuenta de que así solo le transmitía mensajes contradictorios: “le amenazaba con irme si se abandonaba, pero yo nunca me iba y la que se abandonaba era yo. En alguna ocasión quise colocarme como él para tratar de comprenderle y para que él entendiera como me sentía”. Blanca ya conocía entonces que corría un serio riesgo: que él la terminara utilizando sexualmente para ganar dinero como le había sucedido a otras muchachas. Pero eso nunca ocurrió: “Él nunca permitió que me drogara y yo nunca fui capaz de chutarme, aunque no me faltaran las ganas. Aun así, me tenía que haber ido, pero no lo hice”.
Walter nunca había estado en la cárcel, pero era drogodependiente y, durante los 7 años que duró su relación, sufrió un proceso de deterioro significativo que le llevó a vivir un año en la calle y en alguna ocasión, cuenta Blanca, verse en comisaría: “tenía contactos con empresarios que le mandaban robar, por ejemplo, materiales de construcción, lo que le hacía meterse en líos aunque no fuera un atracador del nivel de Queco”.
Fue por entonces cuando Blanca tuvo la sensación de estar reviviendo su relación pasada, con la diferencia de que éste último la terminaría atormentando: “Walter comenzó a robar a todos mis amigos y familiares con excusas de lo más variopintas, lo que me hizo perder relación con parte de mi entorno porque yo no podía hacer frente a todas sus deudas”.
También confiesa Blanca que Walter la obligaba a sacar dinero del cajero, que duplicó las llaves de su casa para robar cuando le placía y le quitaba el coche, el cual estampó en alguna ocasión: “me juraba por Dios que necesitaba la pastapara pagar multas, todo lo que le sucedía era urgente, llegó incluso a decir que necesitaba el dinero para enterrar a su madre, que estaba viva, pero el dinero siempre, siempre, era para drogarse”. Blanca empezaba a darse cuenta de que no podía continuar con esa situación: “Walter era el típico yonqui mentiroso que se chutaba más de veinte veces al día. Y yo me dejaba manipular. Le amenazaba con dejarle y él pasaba una temporada tranquila alejada del jaco. Eso me hacía sentir bien, mis esfuerzos surtían efecto. Pero al final siempre volvíamos a las mismas. Estaba harta y no sabía como deshacerme de él”.
En ese momento de su vida Blanca tenía 28 años, era voluntaria de prisiones y allí conoció a un chico 8 años mayor que ella: “Vicent era todo un hombre, muy guapo, muy alto y con un buen nombre en la cárcel. Él, que había conocido la situación que estaba viviendo con Walter, prometió quitármelo de encima a su manera. Yo le dejé hacer”.
Desde entonces, Vicent se convirtió en su guardaespaldas y en el tercero de sus novios. Los padres de Blanca se jubilarían poco después y se retirarían al pueblo, lo que les permitió poder vivir juntos en casa con la mayor de las ilusiones: “mis padres, además, estaban muy contentos con nosotros porque, a diferencia de mis parejas anteriores, Vicent había comenzado a trabajar”. Pero Vicent también era drogadicto y también tenía VIH. Entonces, en un intento por reforzar la calidad de vida de ambos, Blanca le propondría acudir a Proyecto Hombre y él accedería de buena gana.
“Un día volví a casa y lo encontré tirado en el suelo. Había consumido y lo habían envenenado con heroína adulterada. Yo tardé en reaccionar. Él me decía con insistencia, pero casi sin fuerzas, que iba muy ciego porque hacía mucho que no consumía. Trataba de convencerme. Llamé al SAMU pero no hubo nada que hacer. Esa misma noche Vicent murió de un paro cardiaco ante mí”.
La vida de Blanca se rompía en pedazos de nuevo. Ella siente que su juventud no fue nada fácil y que ahora, una veintena de años más tarde, comprende que sus experiencias han descubierto historias de vihda y han sido historia reciente: “los jóvenes de los 80 tenían muchos problemas, su última preocupación era una enfermedad que a largo plazo podía ser mortal. Pero para mí, que vivía junto a estas personas, la muerte tenía un papel fundamental. Por eso, todas las cartas, todas las fotos, todas las experiencias, las vivía con extremada intensidad solo por poder recordarlas en el presente con cierta nitidez. Porque ya entonces era consciente de que hoy muchas de esas personas quizás no estarían en mi vida. Porque lo cierto es que el VIH no asustaba más de lo que podía hacerlo la droga: primero había que ir contra la droga para profundizar en la prevención del VIH”.
Haber vivido en primera persona cómo es estar al lado de personas que delinquen, que viven en la calle, que se drogan, que están en prisión, que enferman, ha hecho de Blanca una mujer fuerte con grandes habilidades para buscar siempre una vía en positivo. “En cuestión de amores, mi vida nunca ha sido sencilla. Tras la muerte de Vicent, tuve una relación con otra persona que, sin ser drogadicta ni delincuente, me las hizo pasar peor que en las tres experiencias anteriores. Pero ya no viene al caso. -Hace una pausa y retoma el tema en un intento por concluir de una manera adecuada, casi didáctica- El caso es que observo grandes distancias entre, por ejemplo, drogodependientes o enfermos mentales y el resto de seres humanos. La sociedad se empeña en que los veamos como distintos y eso realmente me duele. Yo siempre tengo presente que bien por una mala racha o por una circunstancia concreta uno puede verse envuelto en mil problemas de la noche a la mañana. A lo largo de estos años he aprendido que debemos ser consecuentes con nuestras palabras y con nuestros actos. Porque hoy estás ahí y mañana estás aquí.”
Pilar Devesa – Valencia